viernes, 15 de junio de 2007

¡Gané al ta-te-tí!

Las palabras que dan título a esta entrada son pronunciadas por Manolito, el amigo de Mafalda, cuando gana al tres en raya (ta-te-tí en argentina, es de suponer). La gracia de la tira cómica es que en la última viñeta vemos que el adversario del orgulloso ganador es Guille, el hermano pequeño de Mafalda. He pensado mucho en la competitividad esta semana en la que me he examinado de Selectividad. Cerca de 4000 personas mantuvimos una batalla encarnizada para conseguir cursar los estudios deseados. Como comentario aparte, diré que es un examen en absoluto temible y que los tres días que dura, han sido muy divertidos. Pero hay gente que se lo ha tomado más en serio que yo. Porque lo necesitan para cumplir sus expectativas de futuro. Y la competición es realmente dura. Ser el mejor en algo siempre sienta bien, pero ¿qué estamos dispuestos a sacrificar por ello? Amistades, historias de amor, lazos familiares, todo tipo de nexos de unión entre personas han sido violados en nombre de la competición. Se han perpetrado vidas humanas por ella. Pero, ¿sigue mereciendo la pena la recompensa, cuando el precio a pagar es tan alto? En esta cuestión, opino prudente seguir las enseñanzas de un monje que vendió su Ferrari: No hay nada noble en ser superior a otra persona. La verdadera nobleza radica en ser superior a tu anterior yo. Ese es nuestro mayor adversario, el bagaje de nuestro pasado, que no nos permite mejorar y nos convence de que superando a otros, no necesitamos superarnos a nosotros mismos.

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