martes, 19 de junio de 2007
Animales Heridos
Hay heridas que se ven y otras que no. Y las segundas suelen ser las más dolorosas. Porque las heridas que se ven, una vez cicatrizadas dejan de doler, pero las cicatrices de las heridas que no se ven se empeñan en recordar lo que las causó. Las heridas que se ven marcan nuestra piel como un mapa, las que no cargan nuestra mirada de dolorosa sabiduría y en los peores casos del deseo de dejar de aprender. Porque todas las heridas nos enseñan. Y aún así seguimos viendo las heridas como una entrada para el miedo. Las viejas heridas y el temor que provocan nos paralizan y nos impiden herirnos de nuevo. Pero si no podemos hacernos daño, no podemos aprender. El aprendizaje humano funciona como la mano que tantea en la oscuridad en busca del interruptor, chocando repetidas veces contra la pared. Las heridas recientes nos dejan en un estado de oscuridad total. Pero si somos suficientemente pacientes y dejamos que nuestros ojos o nuestra alma se acostumbren a la oscuridad y al dolor, llegará un momento en el que veamos lo suficiente como para encender la luz de nuevo.
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